La identidad virtual de la empresa (I): Construyendo un cuerpo

El prodigioso salto en las comunicaciones que hemos dado en los últimos años ha proporcionado a particulares y empresas la posibilidad de salvar grandes distancias con un solo click. Las redes sociales y el 2.0 son el equivalente de una gigantesca pértiga que nos permite salvar el cañón del Colorado como si fuera un pequeño bache en la carretera. Alcanzar el otro lado del mundo –o la oficina situada a unas calles de distancia- es hoy posible gracias a la metafísica de Internet. No hay paredes en el infinito donde se mueven mails, tuits, posts y actualizaciones web.  El mensaje digital es hoy un ectoplasma en toda regla para el que no existen las barreras.

El camino dorado del 2.0 se forma ladrillo a ladrillo ante nuestros ojos, con puertas a cada paso del camino que se abren a nuevos mundos de posibilidad. La empresa ha de incorporarse a esta ruta sí o sí, a medio plazo, ya que el avance imparable de la tecnología y el cambio de hábito del consumidor lo encaminan a esta gran plaza pública. Basta ver las grandes historias de éxito del comercio electrónico, la viralidad de las campañas de comunicación en red y las estadísticas de visitas web tras subirse a lomos del 2.0. Que no es un potro desbocado, sino un alazán obediente y veloz. Para el que, no obstante, hace falta observar ciertas reglas al cabalgar.

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La primera es la de dotar a la empresa de una identidad virtual; un algo que se compone de muchos pequeños detalles, un cuerpo humano digital conformado por una miríada de elementos que se articulan poco a poco. Así se van integrando, el paseo por la nueva Internet se vuelve más fragante, placentero y útil. Un canal que poco a poco irá tomando más importancia y que pese a algunas reticencias y referencias a burbujas tecnológicas, tomará mayor cuerpo cada año.  Porque ya está funcionado; ya está demostrando su utilidad para conectar a consumidores y empresas, a empresas con empresas. Con solo un click. O varios, vamos a ser realistas.

Querer es poder. Imaginar es comunicar. El océano lleva nuestro mensaje a mil y un puertos, y debemos ocuparnos de que sean tan reales y deseables  como las preciadas especias de Zanzíbar, Egipto o la lejana China  lo eran en tiempos antiguos en cada muelle. Hay que hacerse a la mar. Sin miedo a la tormenta.