Los lenguajes de la nueva Ilustración

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Hay hoy un lenguaje que va más allá de las palabras, y que, contra las corrientes de opinión de varias generaciones que han sido testigo de ese revolución, no es peor que el de ayer. Es más práctico. Como el mundo en que vivimos. El secreto está en descodificarlo. No en vano, el destino del mundo depende, en primer lugar, de los estadistas, pero en segundo lugar, de los intérpretes, de todos aquellos hombres y mujeres que conocen las reglas de los nuevos tiempos. Hubo un tiempo en que la idea había de encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no pudiera quitarse nada de la frase sin quitar eso mismo de la idea. Hoy ya no. Hoy nos entendemos de otra manera pese a que Umberto Eco, antes de irse, nos lanzase su particular advertencia: el gran peligro de la globalización es que nos empuja a una megalengua común.

Tratándose la comunicación una edificación que acostumbra a levantarse con los ladrillos de la palabra, se diría que a su alrededor acampan numerosos e inquietantes peligros; como antaño sitiaban castillos y fortalezas las hordas de los bárbaros o como hoy, en pleno siglo XXI, un sector de la sociedad desencantada sale a plantarse a ras de suelo para poner el grito en el cielo. Hay peligro, no ha de negarse. Pero sobre todo por la precariedad del negocio y porque hay gente que sufre con estos nuevos lenguajes. Como si tuviese que aprender chino a los cincuenta años. Una tortura. Sigue leyendo

Testigos de un nuevo tiempo

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Lo dijo Albert Camus, uno de los hombres del siglo XX que más capacidad tuvo para leer e interpretar el hondón del alma humana: una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala. En semejante mundo en el que todo se cuenta, el arma más accesible y a la vez más mortal es la divulgación, la información gritada a los cuatro vientos. Viene al caso esta reflexión ahora que los testigos del nuevo mundo que se avecina se ven condenados a la contemplación de los horrores y los prodigios a partes iguales; de los fabulosos adelantos científicos y tecnológicos del siglo XXI y de las grandes masacres del terrorismo de nuestro tiempo, ciego y voraz como una alimaña salvaje, que usa la sangre como propagadora del miedo.

¿Contarlo o no contarlo? ¿Señalarles con el dedo acusador como culpables o hacer oídos sordos a las explosiones de odio que anuncian su llegada para minimizar sus efectos propagandísticos; usar los altavoces de los medios como elemento identificador o callar cualquier atisbo de información que pueda dar pistas a los terroristas…? Estas y otros cientos de preguntas que flotan en la calle alrededor de la comunicación y el qué hacer y cómo son cuestiones que se arrojan a los profesionales que manejan material sensible e inflamable: el conocimiento. Sigue leyendo