Hay hoy un lenguaje que va más allá de las palabras, y que, contra las corrientes de opinión de varias generaciones que han sido testigo de ese revolución, no es peor que el de ayer. Es más práctico. Como el mundo en que vivimos. El secreto está en descodificarlo. No en vano, el destino del mundo depende, en primer lugar, de los estadistas, pero en segundo lugar, de los intérpretes, de todos aquellos hombres y mujeres que conocen las reglas de los nuevos tiempos. Hubo un tiempo en que la idea había de encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no pudiera quitarse nada de la frase sin quitar eso mismo de la idea. Hoy ya no. Hoy nos entendemos de otra manera pese a que Umberto Eco, antes de irse, nos lanzase su particular advertencia: el gran peligro de la globalización es que nos empuja a una megalengua común.
Tratándose la comunicación una edificación que acostumbra a levantarse con los ladrillos de la palabra, se diría que a su alrededor acampan numerosos e inquietantes peligros; como antaño sitiaban castillos y fortalezas las hordas de los bárbaros o como hoy, en pleno siglo XXI, un sector de la sociedad desencantada sale a plantarse a ras de suelo para poner el grito en el cielo. Hay peligro, no ha de negarse. Pero sobre todo por la precariedad del negocio y porque hay gente que sufre con estos nuevos lenguajes. Como si tuviese que aprender chino a los cincuenta años. Una tortura.
De la mano del lenguaje que se avecina, más audiovisual y más cercano a los sentimientos que a las ideas en esta Nueva Ilustración del siglo XXI, los propósitos son otros. Se sustentan en crear una comunicación relevante (estratégica), fácil, emocionante, más cercana y participativa, interpersonal, global (sin barreras), operativa (dirigida a la acción), en tiempo real y para todo el mundo. Es preciso impulsar una actitud estratégica en la forma de actuar e interactuar. Se considera como principales objetivos difundir y expandir la imagen de marca, tanto los hitos propios como los proyectos más vanguardistas y los planes de expansión, trabajando tanto sobre la información que refuerza lo objetivo, como sobre la comunicación que fortalece lo subjetivo. Y es ahí, en lo subjetivo, lo emocional, donde trabaja y donde se genera la verdadera comunicación, la comunicación más eficaz de un tiempo como el presente, sobrecargado de información. Es ahí cuando se alcanza el objetivo final: la persuasión.
Enamorar antes que convencer, tocar el corazón antes que el bolsillo de los proyectos: ese es el reto de los nuevos alquimistas de la comunicación. Y hacerlo con una mixtura, una fórmula en la que se alternen los soportes audiovisuales con las palabras justas, el oxígeno de las redes sociales con la mirada directa, con el tú a tú. Es el tiempo que nos llega, que está ya. Y si no somos capaces de entenderlo, tendremos un problema. Quedaremos incomunicados. Anclados en los inviernos del pasado. Atrapados por su nieve.